Cerca de la Revolución: Balance sobre el movimiento estudiantil

Cerca de la revolución por Aleteo

Balance sobre el movimiento estudiantil. Primera parte

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Cerca de la revolución

Balance sobre el movimiento estudiantil. Primera parte

Juani Guerrero


Con este balance me propongo invitar a una reflexión sobre el despliegue de la lucha aún vigente. El objetivo estratégico es desarrollar su organización en pos del año entrante, que ya se ha definido como una continuación natural de la disputa por la hegemonía con instancias como la marcha rápidamente organizada del 1 de febrero por los derechos LGBT+ y las múltiples movilizaciones por los jubilados devenidas en salvaje represión.

El foco estará puesto a partir de lo acontecido en Bahía Blanca durante 2024, año en que el movimiento estudiantil tomó iconicidad como protagonista de una lucha que hilvana la defensa de la educación pública como hilo central en el entramado de un conflicto social que trasciende todas sus causas subordinadas. Analizar la relación dual entre esta gran lucha que supercede y ordena todas las secciones particulares que la conforman es entonces nuestro propósito.

Sostengo que la fecha de publicación de este balance no está fuera de lugar. Muy por el contrario, son estos meses donde la tensión del conflicto se elastiza con el calor del verano, el período más propicio para procesar lo ocurrido. La conciencia del hecho llega sólo después del acontecimiento. Este es el momento de emplear esta conciencia desarrollada a través del análisis, postulando una autocrítica que identifique las fortalezas y las fallas de nuestra estrategia para permitir una reconfiguración del movimiento más potente y efectiva. Esta es la forma de vencer.


El amor vence al odio, la indiferencia vence al amor


El año pasado comienza con la legitimación de un sentido común radicalmente opuesto al usualmente expresado en las décadas anteriores, oficializado por la victoria electoral de Javier Milei. En esta expresión de cansancio y desconfianza por las fórmulas políticas tradicionales, las masas aceptan poner en debate consensos previamente superados si es en pos de implementar un plan económico que prometa disipar los fantasmas de la condición argentina.

Reconocemos al más icónico de estos espectros como la inflación, la cual parece haber trascendido el carácter de indicador económico y haberse conformado como una entidad autónoma en el imaginario colectivo argentino, independiente de la propia realidad. La promesa política no es la de la mejora de la situación material de las mayorías, sinó la de bajar la inflación. Se disocia la economía de su carácter social para apoyarse sobre sí misma, autárquica en el vacío, con su propia construcción de lenguaje cómodamente cuantificable. Pero “la palabra no es la cosa”, y el sentido común instalado no puede explicar cómo al proceso de desinflación lo acompaña un alza en los índices de pobreza; salvo explotando la lógica que dicta el dogma evangélico de la meritocracia: quién soporte el infierno sobre la tierra será remunerado con las riquezas del paraíso. En el horizonte inalcanzable, su propia utopía moral.

Tan instalada está la aversión a la inflación en la conciencia argentina que se permite el cuestionamiento de derechos conquistados si es tan sólo para cicatrizar esa eterna herida sangrante. Este terreno de disputa social se consideraba hasta hace poco superado: cuestiones relativas a la identidad sexual y de género pueden resultar polarizantes, pero poca gente sostiene un rechazo diario y consciente hacia las ideas y personas en el núcleo de la disputa. 

No por esto son ilegítimos los crímenes de odio. El triple lesbicidio de Barracas en mayo contrasta el carácter grotesco de la violencia hacia mujeres y disidencias con la indiferencia de la política negacionista liberal, que desconoce el carácter aberrante del incidente para enmarcarlo como un homicidio corriente. Sólo en estos aspectos parece implementarse el axioma ético de la igualdad de condiciones libertaria. En la misma línea ideológica es que se promueve la eliminación de la figura de femicidio.

De manera similar, el travesticidio de Rosario Sansone el pasado noviembre pone de relieve el desamparo institucional, justo durante el mes del Orgullo en Bahía Blanca. Naturalmente estas incertidumbres se canalizan en comunidad, transformándose en determinación por una sociedad segura a través de la lucha. De nuevo, las políticas públicas brillan por su ausencia. O de forma más compleja, por su clara inefectividad.

No veo que exista en la población general un sentimiento aversivo fuerte y popularizado en contra de las políticas de género. Menos aún a favor del desarme de la educación pública, y difícilmente puede encontrarse alguien que crea necesario el empobrecimiento sistemático de los jubilados. Este ajuste socioeconómico no se hace posible por un odio fuertemente arraigado en los corazones de la gente, sinó por una llana indiferencia. La consigna que dicta que “el amor vence al odio” deviene, cuanto menos, obsoleta.


¿Cuánto dura un temporal?


El temporal que azotó Bahía Blanca y la zona en diciembre de 2023 inauguró el mandato de Milei, quien respondió desde el gobierno nacional con la más transparente indiferencia a la tragedia ocurrida. Aún cuando no se destinaron recursos desde Nación, pudieron autoorganizarse de manera espontánea distintas respuestas al desastre en forma de colectas masivas. En situaciones de crisis, es la propia gente la que más rápido se compromete a apoyarse entre sí.

Las fuerzas del cielo cayeron de nuevo inundando la ciudad este marzo pasado, provocando un fenómeno análogo y más intenso: mayores destrozos a la par de más fuertes esfuerzos para la reconstrucción. Demostrando que el individualismo es una ideología obsoleta, la amplia mayoría de personas se abocó de inmediato hacia tareas solidarias.

Entre estudiantes las formas de autoorganización fueron varias. Notamos entre ellas cuadrillas de compañerxs que recorrían casa por casa probando una experiencia más directa de asistencia en el territorio o independientes que se convocaban en el Club de Estudiantes para resolver la logística de los recursos. 

De carácter más complejo pero indudablemente efectivo a la hora de articularse vimos también escuadrones ad hoc instalados y autogestionados por estudiantes, como es el remarcable ejemplo de la Posta de Salud y Cuidado. A través de la autoorganización, estudiantes de carreras relacionadas a la salud se demostraron capaces de poner al servicio de la sociedad sus conocimientos universitarios.

Aunque todos los ejemplos de voluntarismo hacen a un balance positivo, cabe destacar que de esta experiencia aprendemos que la fuerza de lxs estudiantes, tan céleremente autoconvocada, es mejor aprovechada cuando está articulada en mecanismos de organización. Además, lxs propios estudiantes son capaces de gestionar desde abajo estas agrupaciones autónomas. Para esto podemos remitirnos a la Posta de Salud mencionada la cual sigue operando pasada la situación de emergencia inmediata, mostrando que la estructura organizativa permite sostener el esfuerzo en el tiempo.


Salvemos al Ñoquicet


El primer temporal marca así un comienzo turbulento del 2024, desorden social que se sostiene con la estrategia política acelerada del gobierno. Las apabullantes reformas legislativas que trataron de saturar la capacidad de atención de la opinión pública vinieron indisociablemente acompañadas de brutales ajustes autojustificados.

Pronto emerge en la agenda de debate el campo de disputa que se volverá ícono del 2024. El conflicto universitario pone sobre la mesa un debate que presionaba por visitarse: qué tipo de universidades queremos sostener y en función de qué intereses debe ponerse el conocimiento producido en las mismas.

El complejo educativo-científico universitario se pone entonces en duda producto de una campaña propagandística que critica el trabajo intelectual de las ciencias como autorreferencial e inútil salvo a sí mismo. Los impulsores de este ángulo identifican a la ciencia como una disciplina “aburguesada”, organizada por una casta científica ciega a las auténticas realidades sociales. Esta postura resulta coherente con la deslegitimación general de las instituciones públicas, fenómeno acelerado en estos últimos años. 

Calificar estas conclusiones como insensatas no nos debe impedir reconocer que la crítica racional al sistema educativo y científico no sólo es saludable sinó que es necesaria. La emergencia de estratos burocráticos en cualquier forma de organización es una amenaza permanente que puede ser combatida sólo mediante el ejercicio continuo de una conciencia crítica, una elasticidad opuesta a la calcificación. Está claro que el enfoque oficialista toma una actitud más radicalmente destructiva frente a esta problemática.


Con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes


La importancia con la que se considera el derecho a la educación se manifestó el 23 de abril y el 2 de octubre con marchas verdaderamente masivas, convocantes de una pluralidad de líneas políticas partidarias. Más significativa aún fue la cantidad de personas que marcharon de forma independiente, sin la compañía de ninguna bandera o incluso a pesar de la presencia de las mismas. Este grupo de actores sociales decidió salir a la calle por más que interpretara la presencia de partidos políticos y sindicatos como una “politización” de una causa popular, factor negativo para quienes sienten un profundo desencanto político y desconfianza de las agrupaciones.

Semejante masividad y organicidad para la integración a la causa no se veía en Argentina desde la Ola Verde que caracterizó la segunda mitad de la década de 2010 con el Movimiento de las Mujeres. No es menor la importancia de los partidos en mantener viva y coordinada la llama de la lucha frente a la resistencia que ofrecen los poderes hegemónicos, pero estas son demostraciones de que los partidos políticos no tienen potestad absoluta sobre los movimientos sociales. El motor que desarrolla estas batallas vive en las masas que encuentran sencillo apropiarse de las causas.

La lectura prominente entre el antipopulismo de derecha sobre las movilizaciones denuncia una apropiación de la fuerza de las masas por parte de ciertos partidos políticos, que “utilizan” a sus militantes y afines para promover intereses diagramados desde arriba. Desde esta lógica se invalidaría la legitimidad de las movilizaciones, entendiéndose las mismas como motorizadas por élites políticas.

Sin embargo se ve en la opinión generalizada que frente a las organizaciones políticas hay un sentimiento de desencanto profundo, abarcando desde rechazo hacia sus actitudes oportunistas de apropiación de causas hasta una franca decepción con su falta de voluntad para intervenir más allá del campo discursivo.

Acorde a esta observación puede postularse una lectura alternativa que invierte el marco interpretativo oficialista: las masas canalizan su propio descontento a través de las movilizaciones en el contexto de crisis, y las organizaciones políticas que buscan ocupar el frente de la lucha se encuentran rezagadas a captar estas demandas. Los partidos afines tienen ciertamente intereses propios relacionados al movimiento de las masas, pero no han logrado legitimarse como representantes de la lucha.

Si el proyecto político de los partidos opositores es recategorizar a las masas como pueblo bajo un mismo significante simbólico para luego organizar una base de militancia que los legitime, se encuentran entonces con que el pleno desarrollo del conflicto juega en contra de otras definiciones estratégicas tomadas desde el momento de asunción de Milei y sostenidas hasta hoy. Apuestan por capitalizar el descontento social en las instancias electorales de 2025 y 2027, en parte porque genuinamente depositan confianza en el ajuste de Milei y tienen interés por cosechar su prometido resultado económico sin pagar el costo político adjunto. Así, tienden a desenfatizar y hasta desarticular los mecanismos de lucha y debate autogestionados.

Parecen entonces habitar una tensión contradictoria, queriendo mantener latente la pulsión de inestabilidad social sin dar lugar a una auténtica revuelta. No se ha presentado aún ninguna alternativa superadora al sistema actual de parte de los partidos tradicionales. No es necesario remitir a aceleracionismos para identificar esta paradójica presión bajo presunta tibieza como el caldo de cultivo preferencial de las campañas de la socialdemocracia.


Auditen los academicurros


La primera marcha produjo en la opinión pública una impresión fuerte y positiva. La gente se vio asombrada por la masividad de la convocatoria y por la capacidad efectiva de su propia fuerza política al tomar las calles, intervenir el espacio público con afiches y verse representada en los medios de comunicación.

Se autodefinió el cuerpo estudiantil como actor social central del conflicto, y tocaba entonces a las autoridades a cargo acompañar este reclamo y proseguir la disputa. En este aspecto el rol que cumplieron las personalidades representativas de las universidades, sindicatos y partidos políticos fue principalmente negociador: mediante acuerdos concesores se despreció la tensión acumulada y se desescaló el conflicto. El problema original se mantenía aún latente: no se resolvió el aumento de las partidas presupuestarias para universidades nacionales, y seguía congelado el sueldo docente el cual perdió a lo largo de un año casi un cuarto de su poder adquisitivo.

La alegría de la victoria de la marcha se disipaba a lo largo de los meses al volverse evidente que no había acompañamiento efectivo a la medida de fuerza. Hubo un cambio definido en la estrategia discursiva por parte del oficialismo, que ante la popularidad demostrada de las universidades enfocó el ataque en el cuerpo docente, el factor humano detrás de la institución. Se viralizó el argumento de las auditorías que intentó generar artificialmente una controversia alrededor de un presunto manejo turbulento del presupuesto universitario, titilando la fibra nerviosa sensible del resentimiento argentino que se escandaliza ante cualquier supuesto caso de corrupción.

Se hace necesaria una cautela menos temperosa a la hora de considerar la problemática de las auditorías. La estrategia general de respuesta desplegada por quienes simpatizan con la situación universitaria fue informar sobre los verdaderos procesos que rigen con integridad el manejo de fondos. Se arriba rápidamente a una conclusión: el presupuesto es corroborado con prolijidad por múltiples entes de alto estima.

Lo que en verdad ha limitado esta postura es su carácter de respuesta. Postular un contraargumento coherente invalida la lógica del ataque inicial, pero nos distrae también del hecho de que habilita una partida en la que nuestro frente juega siempre en el segundo turno. Entrando en una discusión sobre las auditorías nos olvidamos de los problemas que dan origen a la lucha y superan estas trifulcas en la jerarquía organizacional: independientemente de cómo se administren los fondos para universidades, estos son vergonzosamente bajos.

Aceptar que una condición necesaria para que aumente el presupuesto para educación es que el mismo sea utilizado de manera más eficiente es jerarquizar una condición sobre la otra y negar su relación dialéctica en el funcionamiento del sistema. Es la misma lógica meritocrática que explica con una sencillez impune que la manera de escapar de la pobreza sistémica es a través del sacrificio del trabajo autodestructivo.

Más allá de las particularidades de las instituciones universitarias, éste es el fundamento filosófico a cuestionar sobre el problema de las auditorías. No es lejano el caso de los paros docentes en la educación secundaria, usualmente abordado con la misma superficial irreverencia.


Pero si insisto, yo sé muy bien te conseguiré


Quienes sostuvimos la lucha luego de la marcha pasamos los meses de invierno en el pantano de esta disputa impuesta por las auditorías. Fue sospechosamente sencillo refutar los alegatos de corrupción, pero al hacerlo el proceso de lucha permanecía incompleto. El campo de disputa durante este tiempo fue terreno previamente conquistado. Cuando el debate se libra sobre tópicos en los que poseemos un consenso previo, el resultado más probable es un retroceso. En este caso derivó en un estancamiento de la lucha, debilitando a las universidades con el sangrado de un presupuesto efectivo que seguía en las mismas condiciones paupérrimas.

Así se abre lugar la segunda mitad del año, que presentará giros bruscos inéditos para quienes protagonizamos la lucha. El análisis se continuará en la segunda parte del balance.

Por ahora podemos decir que el ánimo disruptivo del cuerpo estudiantil frente a las condiciones de estrés mayores a las usuales que enfrentamos las personas que conformamos el sistema educativo le dan a este fenómeno un carácter de revuelta. Aún así, mientras las estructuras de poder permanezcan sin representantes estudiantiles en los organismos de tomas de decisiones no habrá una incidencia directa en la hegemonía que nos lleva obstinadamente hacia crisis cíclicas.

Sólo cuando se legitima la voz estudiantil a través de asambleas, cuando se refuerzan los centros de estudiantes con militancia cualitativa y cuando se organiza la fuerza interdisciplinaria y joven con la que disponemos, desde abajo hacia arriba, podemos decir que superamos la incompletitud de una revuelta aislada y estamos un poquito más cerca de la revolución.



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