No se puede escapar de uno mismo
Crítica de "Nadie quiere ser nadie"
Llegué a la presentación de Nadie quiere ser nadie con una única prefiguración: se me habló de una obra que respira actualidad. Estrenado hace casi 10 años (2015), el libreto de Mariela Asensio fue traído a la ciudad por el equipo de Juanita Primera, reuniendo a un amplio reparto habituado en generar interpretaciones colmadas de carisma y sentimiento. La sala está llena, y los actores dispuestos en un decorado de césped sintético y muebles decorativos, con mesas móviles repletas de bebidas finas. Mientras quienes asisten terminan de ubicarse, suena Plástico de Rubén Blades. Lo que se despliega a continuación es un lúcido retrato de la agonía existencial de las sociedades neoliberales, continuando con la descripción de esas ciudades plásticas con corazón de oropel.
- Título: Nadie quiere ser nadie
- Escrita por Mariela Asensio, 2015
- Presentada en Bahía Blanca, Espacio Juanita Primera, 2024
- Dirección y puesta en escena: Mauro Oteiza
- Elenco: Andrea Borello, Carlos Cocciarini, Micaela Forestier Schenkel, Anabela Gallo, Paola Giménez, Miguel Pinto, Jordan Ressia, Belén Sosa
- Diseño escenográfico e iluminación: Matías Rutsch
- Dirección vocal: Caro Gestoso
- Asistencia de dirección, imagen, fotografía y RRSS: Juan Facundo Sierra Guallán
Esta crítica contiene spoilers de la obra.
La trama tiene lugar en un Country aislado de la ciudad, donde una empleada doméstica y un alienado trabajador de seguridad privada aseguran la lujosa vida de una familia de clase media acomodada, compuesta por un matrimonio y dos hijos: un chico y una chica. El primero estudia artes escénicas en el exterior, mientras su hermana toma clases de teatro como pasatiempo. Allí, la vida de la joven se cruza con la de un inmigrante venezolano mantenido por sus padres a la distancia, y la de una actriz que trabaja desde los 14. Todos los personajes enfrentan profundas disconformidades. Para sobrellevar las suyas, la hija acude a la misma psicóloga que su madre: una mujer sobrecargada de trabajo que enfrenta la imposibilidad de cumplir sus sueños de crecimiento personal y ascenso social.
Entre humor y drama se configura un sagaz retrato de la sociedad argentina, donde personajes que representan a distintos sectores – casi siempre antagónicos – comparten una misma característica: la frustración. Una y otra vez enfrentan las limitaciones del paradigma del éxito capitalista como eje vertebrador de la experiencia humana: el padre se aferra desesperadamente al consumismo, incapaz de comprender el malestar de su familia bajo el convencimiento de que deberían estar conformes ante el estatus alcanzado. Silencioso, quizás alcohólico y fingiendo una sonrisa hueca, no sabe cómo reaccionar ante el caos que lo rodea de otra forma que gastando la tarjeta de crédito. En la habitación contigua, su esposa enfrenta el vacío existencial de sentir aburrimiento ante la comodidad, incapaz de significar su vida una vez completado el mandato del “éxito”.
Son muchos los casos donde los personajes resultan responsables del sufrimiento ajeno. La madre, al externalizar sus prejuicios y expectativas inalcanzables en su hija está causándole un gran padecimiento, pero al mismo tiempo ella también resulta víctima de ese estado de cosas, expresando el dolor ante un vacío tan genuino como el llanto que le provoca. Si bien todos son responsables a nivel individual, la historia deja ver que hay algo más allá de las decisiones personales: si todos están mal, es por un mecanismo sistémico mediante el cual la sociedad coloca a cada uno en su lugar, haciéndolos víctimas y victimarios.
Ese sistema es el que los motiva a escapar desesperadamente de su frustración, escapando de sí mismos. Erich Fromm plantea la dicotomía entre ser y tener. Para el psicoanalista, el ser del humano se ha equiparado al tener, al punto de que asumimos al primero como consecuencia del segundo: se es porque se tiene. Así, el consumismo se torna una forma de entender la vida y asignarle un sentido. Ya no se tiene para vivir, sino que se vive para tener. En esta operación dejamos de dar prioridad al ser, lo relegamos a un segundo plano e incluso intentamos escapar de él: el tener no es más que una forma de ignorar la pregunta por el ser. Pero la vida es mucho más amplia que las posesiones, y siempre termina emergiendo.
La única persona que no escapa al ser, es decir que enfrenta su experiencia vital sin reducirla a los parámetros de éxito impuestos, es la empleada doméstica. A diferencia del trabajador de seguridad privada, que sueña con ser encargado mientras lo explotan y enfrentan a sus iguales, Maricruz sueña con un mundo un poco más feliz. Su resistencia trasciende las ideas para pasar al plano material: ante la dificultad para alimentar a su hijo, roba tímidamente empanadas que ella misma cocinó para sus empleadores. Al ser descubierta, la familia toma el único camino posible para mantener viva su fantasía de clase media: despedirla.
La obra culmina con una canción, un mensaje directo a la sociedad que hasta ahora buscó retratar. Como en la pregunta-respuesta típica de la salsa, responde a la descripción de Blades de “Gente que vendió por comodidad / su razón de ser y su libertad” con la imposibilidad de mantener esta farsa eternamente. “No se puede escapar de uno mismo” entona la estudiante de teatro, en un oportuno y preciso recordatorio para un país que, ante el temor a su propia humanidad, antepone el capital como una venda de seda importada.
Nadie quiere ser nadie vuelve a presentarse este viernes 14/6 a las 21hs en Juanita Primera (Alvarado 818). Para conseguir entradas, escribir al 2913053377.
Por Francisco Appignanesi
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