Por Gerónimo Fullana
Imaginemos juntos lo siguiente. Un joven de veintiún años, acostado boca arriba mirando el techo, recibe una carta de extrema importancia y comienza a contemplar una serie de acciones y pasos a seguir para llevar consigo el mejor discurso posible al Foro Urbano Federal (FUF) organizado por el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, previo a la Cumbre C40.
Viaje en avión, hotel con vista al obelisco, coches a disposición e incluso escolta policial. Aquel joven se pasó toda la mañana junto a sus compañeros y compañeras, escuchando cómo los intendentes exponían, grandilocuentes, en sus paneles, sobre la importancia de escuchar a las juventudes.
Desafortunadamente, para él y sus compañeros/as, ese discurso que con tanto esmero preparó nunca fue leído, y ese espacio nunca fue brindado. Al finalizar los paneles los políticos se retiraron entre aplausos, y el evento finalizó. Mientras los estudiantes se levantaban de sus asientos con incredulidad, una de sus compañeras dijo una frase tan triste como cierta: “y después se preguntan por qué los jóvenes cuestionan la democracia”.
¿Se habrán detenido a pensar los organizadores del Foro Urbano Federal en cómo esta amarga experiencia moldearía nuestras vivencias futuras? ¿O en los prejuicios que se reforzarían en las mentes de aquellas juventudes en torno a la política y los políticos?
Este tipo de anécdotas que, en definitiva, son experiencias, terminan influyendo en la formación de prejuicios, que moldean formas de percibir el mundo y de actuar sobre él. Es ese el poder que guardan las anécdotas.
A la frase “y después se preguntan por qué los jóvenes cuestionan la democracia”, en ocasiones le siguen otras como “Así es la política” o “Son políticos”. Muchas otras veces nos encontramos con la vieja expresión“que se vayan todos”, y todas estas no son más que un mero reflejo del contundente sentimiento predominante.
Se trata de un sentimiento que nos distancia del camino hacia el correcto ejercicio de la ciudadanía, de la democracia.
Los 40 años de democracia no son ajenos a la tendencia anárquica de las juventudes. Estas no constituyen un grupo homogéneo, pero las tendencias actuales denotan una propensión innegable a querer “prender fuego todo” (en sentido tanto metafórico como literal). La chispa de ese incendio, sin embargo, nace en el seno de la misma democracia.
La Ley de Punto Final (1986) y la Ley de Obediencia Debida (1987); El atentado contra la AMIA (1994); Las explosiones en la fabrica militar de Rio Tercero (1995); El crimen de Jose Luis Cabezas (1997); El corralito (2001); El asesinato de Mariano Ferreyra (2010) ; La muerte del fiscal Alberto Nisman (2015); La muerte de Santiago Maldonado (2017); erosionaron por completo la legitimidad y confianza del pueblo, socavando los principios fundamentales para que una democracia exista.
Para curar a esta democracia herida es necesario primero saldar sus deudas. Los representantes políticos deben volver a asumir el reto de atenuar la desigualdad socioeconómica, la exclusión de los grupos marginados, la falta de acceso a la educación y la información, proteger los derechos fundamentales y la diversidad, combatir la desinformación y garantizar la rendición de cuentas, para así eliminar la apatía y el desencanto que hoy imperan
Las juventudes aún tenemos mucho camino por recorrer en términos de participación ciudadana efectiva. Nuestro involucramiento continúa siendo crucial y será fundamental para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos y dificultades que se presentan en nuestra sociedad.
¿Y después se preguntan por qué los jóvenes cuestionan la democracia?
En una primera aproximación, tal vez sea porque a pesar de que las juventudes representamos el 40% del padrón electoral, todavía no logramos incorporar nuestras voces en la definición de la agenda pública. Tal vez sea porque se percibe un abismo entre el pueblo y sus dirigentes: según la organización iberoamericana Mucho en Común (2023), un 94% de los jóvenes considera que la división entre los políticos y la gente es “fuerte” o “muy fuerte.” Paralelamente, solo un 66% de los argentinos aboga incondicionalmente por la democracia, mientras que un 22% considera que en algunas circunstancias un gobierno autoritario es preferible a uno democrático, y un 12% considera que da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático; y sobre el total, un 70% declara estar “insatisfecho” o “muy insatisfecho” con la forma en la que la democracia funciona en la argentina.
Quizá sea porque 6 de cada 10 de nosotros cree que deberíamos tener representación en el Congreso Nacional (CIPPEC, UNICEF Argentina, con el apoyo de IDEA Internacional, 2022, p. 24). Posiblemente esto sea un reflejo de la incapacidad para asimilar que las juventudes no somos un cuadrado a marcar en un check list, tenemos identidades e intereses, reclamos y preocupaciones que nunca se transforman en propuestas y políticas públicas.
A lo mejor cuestionamos la democracia porque, mientras muchos están ocupados abriendo cuentas de TikTok, invirtiendo en pauta digital, preocupados por lo que van a decir, se olvidan del primer paso en cualquier conversación: la escucha.
Posiblemente sea porque allí, donde inexorablemente la historia se repite y nos olvida, estamos dispuestos a cantar presente. Somos varios y distintos, nos organizamos aquí o allá, articulando y movilizando formidables fuerzas de transformación que generan nuevas fuentes de poder a través de nuevos significados.
En última instancia, tal vez sea porque sin pedir permiso a los mayores y renegando de cualquier etiqueta que trate de ensuciarnos, cuestionamos el sistema y estamos dispuestos a cambiar el orden instituido.
Si a lo largo de este breve análisis persiste la duda respecto a la importancia de este problema, te ofrezco nuestro último gran secreto: sin juventud no hay democracia, y sin democracia sobreviene la decadencia.
En los tiempos modernos surgieron 3 problemas principales. Uno de ellos fue el de la admisión de un estrato históricamente relegado, el de los obreros, a la condición de ciudadanos, el acceso al poder a través del sufragio universal, y por último, el derecho a negociar en la esfera política-económica.
La cuestión general es: ¿Se abordaron estos tres problemas uno a uno y se encontraron soluciones para cada uno de ellos? ¿o se acumularon de formas que cuestiones históricas y fuentes de división tradicionales se mezclaron con otras más nuevas?
Aliviar tensiones, una detrás de otra, contribuye a la estabilidad de la democracia. Arrastrar problemas de un sistema histórico al siguiente hace que la atmósfera política se caracterice por el rencor y la frustración en vez de la tolerancia y la negociación.
El 59% de quienes tienen menos de 35 años tiene sentimientos negativos para con la política, entre los que predominan el enojo y la decepción (“Juventudes y Elecciones Argentina 2023″ – Zuban Córdoba).
La serie de naciones europeas que se resistieron al reconocimiento de los obreros como ciudadanos plenos solo lograron que la lucha de estos últimos se uniera al socialismo como movimiento político, surgiendo un socialismo revolucionario, una ideología revolucionaria. En la actualidad, donde se negaron los derechos civiles de las juventudes, nuestra lucha se vincula cada vez más con narrativas revolucionarias de derecha que paradójicamente se basan en la lógica de una defensa radical del status quo.
Una encuesta realizada por CIPPEC y UNICEF Argentina, con la colaboración de IDEA Internacional en el año 2023, arrojó que el 52% de los jóvenes está “muy de acuerdo” o “de acuerdo” con la idea de no sentirse representados por ningún partido ni candidato o candidata. (CIPPEC y UNICEF Argentina, con la colaboración de IDEA Internacional)
La idea de no sentirnos representados está vinculada a que, de alguna manera directa o indirecta, nos está siendo negado el acceso al poder político, impidiendo que se desarrolle la legitimidad que sostiene al sistema democrático.
A su vez, la experiencia histórica nos dice que los sistemas democráticos que padecen esta tensión se enfrentan al problema de ser considerados ilegítimos pudiendo provocar una ruptura abrupta por parte de aquellos a quienes el sistema no considera parte.
Sobre la mesa siempre está la oportunidad de hacer más y mejor política.
La oportunidad de hacer más y mejor política se nos presenta de la mano de una práctica con la que el sector político ha demostrado poca simpatía: la escucha.
“Vos sabes que tengo ganas de sumarme a esto de la ola verde”, comenzó diciendo. “Pero vos viste que son medio exagerados, si comes carne te miran mal” continuó, “y encima se la pasan diciendo que en el 2050 el mundo se va a terminar”.
La dificultad para crear consensos en torno a las demandas de las juventudes radica en la distancia que las separa de la agenda pública impuesta. En general, estas banderas terminan siendo llevadas por los sectores más comprometidos y radicalizados, dificultando la posibilidad de que estas causas apelen de forma masiva. Es vital crear amplitud a través de la identificación de factores comunes que inserten nuestros reclamos en el debate.
Así es como surge, por ejemplo, Agenda para el Futuro. Una organización ambiental que nació de la necesidad de trabajar por los temas que incumben a las juventudes. Ejemplos como este reflejan el compromiso por parte de sectores de nuestras generaciones, que trabajan a contracorriente en pos de un futuro al que aspirar, encontrando puertas abiertas en los espacios tradicionales que se disponen a oír nuestros reclamos.
Tenemos que alcanzar un consenso mínimo y común sobre cómo encarar las problemáticas que nos afectan como juventudes, para así también aportar a la solución del problema del compromiso democrático.
Las políticas públicas de juventud son asunto y responsabilidad, primero, de las juventudes, porque somos actores estratégicos del desarrollo y quienes mejor entendemos nuestras necesidades, y segundo de los adultos, porque es importante vincularnos/se, trabajando codo a codo con quienes hoy son decisores de esas mismas políticas.
Mientras las políticas públicas no descansen en esta idea mínima y compartida, seguirán prolongando su deuda histórica, y lo único que lograrán los discursos políticos que se quieran construir en torno a estas nociones es reforzar la idea de que siempre es “más de lo mismo”.
Aunque el germen de esta perspectiva esté ya presente, vale la pena recordarlo una vez más: la única salida a los problemas que nos acechan es asegurar la participación efectiva de las juventudes, que continúa siendo una asignatura pendiente.