El fast fashion es un concepto relativamente nuevo que comienza a aparecer en los 80 en todo el mundo, mientras que en latinoamérica llega entre finales de esta década y principios de los 90. Según la profesional en el diseño de modas y textiles Maria Cecilia Lopez Barrios, el fast fashion “consiste en cambiar la oferta de sus tiendas de ropa cada quince días, surtiéndola de nuevas colecciones en lapsos de tiempo más breves de los que se acostumbra tradicionalmente”. A su vez, según Greenpeace en 2021 define al fast fashion como  “grandes volúmenes de ropa producidos por la industria de la moda, en función de las tendencias y una  necesidad inventada de innovación, lo que contribuye a poner en el mercado millones de prendas y fomentar en los consumidores una sustitución acelerada de su inventario personal“. 

Pero ¿cuál es el impacto de esta industria?

Sin duda que, desde nuestros inicios usando prendas para fines prácticos de supervivencia hasta hoy, la moda ha crecido y ha tenido un impacto social, cultural y económico en nuestras vidas. En los últimos años, apareció LA PALABRA que cambiaría las mentes de las personas en el siglo XXI: lo aesthetic. Pero, ¿qué es lo aesthetic?.

 La palabra aesthetic significa estética en inglés y desde su aparición, hemos notado un auge exacerbado en su uso cotidiano. El impacto es indudable: todos buscamos ser aesthetics. Desde usar wide legs, oxid jeans, o resolver la disyuntiva si oversize o boxy fit, usar corbatas como bufandas o hasta subir una foto de tu merienda super bella, dejando a tu amigo/a esperando para comer o una foto del atardecer en el plano más hermoso posible con la última canción de Billie Eilish. No importa que aesthetic quieras seguir, está simplemente insertado en nuestras cabezas esta necesidad. Forbes México define lo aesthetic como que “no existe una sola estética, sino que se trata de una corriente estilística con temas como minimalista y vintage, entre otras, que va más allá de una forma de vestir, sino que estas generaciones lo adoptan como un estilo de vida”.

 Creemos que este “nuevo estilo de vida” ha dañado nuestra conciencia y ha tenido un gran impacto en nuestra forma de percibir el mundo, ignorando las consecuencias que esto puede acarrear. Pastrana Granados y Almanza Chavez afirman que “la importancia de la vestimenta se relaciona con la creación de  la  identidad  y  el  sentido  de  pertenencia.”

Entonces, cómo impactan estas tendencias en nuestras vidas?

  El fast Fashion es hoy en día una de las industrias que más contamina a nivel mundial ya que se gastan millones de litros de agua y se tiran toneladas de desperdicios al mar, además de las excesivas emisiones de carbono. En 2021, Greenpeace publicó que, tanto la fabricación de ropa como su lavado continuo, genera aproximadamente 500 mil toneladas  de  microplásticos al  año en los océanos.

 El periódico canadiense Financial Post afirmaba a mediados de 2014 que, la industria textil ha tenido un crecimiento tan importante que ha llegado a consolidarse como la tercera industria más grande a nivel mundial, a su vez según el Fashion United, esta industria de la moda está valorada en el mundo en un aproximado de 3000 billones de dólares, representando un 2% del PIB mundial. Durante el 2020 esta industria fue valorada en el mercado mundial en 1,5 trillones de dólares y se pronostica que para 2025 crecerá hasta alcanzar 2,25 trillones (Shah Bandeh, 2021). Con estas cantidades exorbitantes de dinero, casi podríamos pagar la deuda externa de Argentina. 

 A partir del siglo XX, post segunda guerra mundial, se consolida la nueva forma de distribución importada desde Estados Unidos: Ready-to-Wear. Se basa en la creación de lo que hoy conocemos como “talles” que se crea a partir de medidas estándar con estudios antropométricos (1). Por supuesto que Europa nunca puede quedar exento de la moda y posteriormente este movimiento surge en Francia con el nombre de Prêt-à-porter. Este término nace en los 50 impulsado por Pierre Cardin y una década más tarde, sucedido por Yves Saint Laurent, “con el propósito de democratizar un poco más la moda de lujo y que llegarán a un público más amplio” según la revista digital Cromos. A partir de estos movimientos, es que se comienza a distinguir la alta costura, de prendas que “ya están listas para usar” y que a su vez, sean accesibles para todo el mundo. Podríamos entonces decir que el Fast Fashion, comienza lentamente a consolidarse desde estos tiempos.

  El vertiginoso avance del Fast Fashion se debe a la ingeniosa campaña publicitaria que crean las grandes marcas que instauran un vacío insaciable en los compradores donde se debe estar al día para no sentirse aparte. Se le hace comprender al consumidor que si algo le gusta, ese es el momento de comprarlo porque tal vez la semana siguiente ya no esté disponible. 

 Georg Simmel, un filósofo y sociólogo alemán, define a la moda partiendo desde la tensión básica de la condición social del humano: por un lado tenemos una tendencia a imitar a los que nos rodean y por otro una tendencia a distinguirnos de los demás. Para este autor, lo que nos proporciona la imitación es la ventaja de no actuar solos, ni sentirnos de esta manera. El individuo puede sostenerse a sí mismo a partir de esto. Según Simmel, la moda necesita de ambas tensiones para funcionar. 

 Creo que aquí, conjuntamente con lo que dice Simmel, observamos cómo juega la industria de la moda con el soft power. Este concepto fue desarrollado más en profundidad por Joseph Nye, catedrático de la Universidad de Harvard que dice que, este tipo de poder logra que los actores ambicionen lo que uno ambiciona. En este sentido, considero que las necesidades de consumir y renovar constantemente nuestro guardarropa surgen a partir de la necesidad primaria de imitar aquellas cosas que vemos tan a menudo. Pongamos por ejemplo una persona que se pasa scrolleando en tiktok: ve reiteradas veces la misma prenda, tal vez alternando entre distintas estéticas, pero al fin y al cabo es la misma prenda. Incluso los mismos showrooms hoy en día hacen videos mostrando alternativas de como hacer versátil una prenda, intentando por supuesto, convencerte de que la compres. Quizás la adquirís y logras encontrar nuevas formas de utilizar esta nueva prenda, logrando finalmente  innovar (que es un poco lo que simultáneamente buscamos, diferenciarnos, pero sin salirnos mucho del margen), pero inicialmente (y quizas de forma inconsciente) la adquirir partiendo desde una necesidad ilusoria.

  Hoy en día, vemos estas campañas publicitarias en todos lados, quizás incluso (como hemos señalado anteriormente) de una forma menos evidente que una gigantografía en alguna parte de la ciudad. Actualmente, con el avance exacerbado de la tecnología, ser influencer se ha vuelto una forma de vida, una opción viable, rentable y factible en la vida de cualquiera. Con esto, surgen influencers de todo tipo: libros, divulgación, comedia y obvio, de moda y belleza. A partir del 2016 comenzamos a observar como youtube se plaga de videos con la premisa de “encuentra tu aesthetic” “cómo identificar tu aesthetic” o incluso “como ser aesthetic”. Si esperabas leer este texto con el fin de tener una imagen clara de qué es lo aesthetic, quiero decirte que no lo hay, ya que esta tendencia se basa en la idea de que algo se vea lo más armonioso visualmente posible. Hasta ahora, nada de esto suena tan mal, solo es una industria más que gana exacerbadas cantidades de dinero y nos manipula un poco para conseguirlo, pero qué más? ¿Por qué preocuparnos por ello?

  La industria de la moda es históricamente conocida (más allá de sus prendas), por sus accidentes debido a las malas condiciones laborales de estos lugares.“Never forget. Never again. No one should die for fashion” es una de las frases de Fast Revolution, la que da inicio en 2018 y la que conmemora lo ocurrido el 24 de abril en Bangladesh. Este país es considerado como un gigante en la industria textil, ya que es el segundo exportador de ropa más grande del mundo. Este accidente se dio en Rana Plaza cuando el edificio colapsó y fue uno de los accidentes más terribles de los últimos años. Murieron 1129 personas (en su mayoría mujeres) y hubo 2515 heridos, sin mencionar que, entre los escombros se encontraron muchas niñas. Esto dió el pie para empezar a tomar medidas contundentes respecto a las condiciones laborales y, sobre todo, para comenzar a exigirlas.

  Las empresas que reproducen este modelo se tercerizan, llevan su producción a lugares donde el control de las actividades es menor. Resulta evidente que la ubicación de este modelo de producción no es casual, ya que la mano de obra es mucho más barata resulta ser el lugar más propicio a la explotación laboral y trabajo infantil. Estas personas trabajan aproximadamente entre 14 y 16 horas por día.  Por esto es que este modelo es producido mayormente en países subdesarrollados de Asia del sur. El 97% de las prendas son producidas en países como Taiwán, China, Indochina, Malasia, etc.  

  Según la OIT, en 2020 la industria de la moda emplea a aproximadamente 86.6 millones de trabajadores que no gozan de un contrato legal ni trabajan dentro de los parámetros óptimos. Resulta casi inconcebible asimilar la cantidad de rostros y familias que representan estos números para llevar a cabo esta superproducción. 

Como hemos visto antes, estas marcas que llevan este tipo de producción desmedida,  tienen una gran influencia de las líneas de pasarela de alta costura como Prada y Gucci vendiendolas a precios considerablemente menores y de menor calidad. En Latinoamérica, Colombia es la capital de la moda donde esta industria es la mayor inversión y a su vez la mayor influencia en muchas naciones más pequeñas como Ecuador. 

La multinacional española INDITEX, se ha instalado desde hace un tiempo en países latinoamericanos, donde en muchos se ha posicionado como el líder del retail de moda, como es el caso de Colombia. Tan solo a través de su plataforma online vende en 202 mercados y cuenta con 7000 tiendas. Según ANDEMA (Asociación para la defensa de la marca) describe la producción de INDITEX como “un modelo de gestión basado en la innovación y la flexibilidad”. Gamba Muñoz, señala que “según la cámara colombiana de la confección dependen un millón seiscientas mil familias y se caracterizan porque el 74% de estas están en la informalidad”. Según este autor han tenido un retroceso del 3,31% entre 2018 y 2019 mientras que en 2020 fue de un 27,42% a causa del covid-19.

  A pesar de la devaluación de la moneda en Argentina, la desaceleración del crecimiento en Brasil y la incesante crisis en Venezuela, que ha llevado a que el Fondo Monetario Internacional haya estimado su inflación para 2019 en 10 millones. Latinoamérica no ha salido del ojo de las grandes marcas extranjeras como Zara, H&M, Bershka, Stradivarius, entre otras. Estas marcas crean prendas llamativas que van acorde con las tendencias de pasarela pero con menor calidad y más baratas así se produce y sostiene este círculo en el cual tienen al consumidor constantemente pendiente a estas “innovaciones” o eventualmente atrayendolo, ya que la prenda anterior o se ha desgastado o ha pasado de moda.

  Según un reporte de la fundación de Ellen MacArthur, alrededor de 50 mil millones de prendas fueron fabricadas en el 2000 y luego de quince años se produjeron más de 100 mil millones. Se aproxima que el 73% de la ropa producida anualmente termina incinerada o en basureros, lo que genera un aumento en la contaminación terrestre y atmosférica. El Fast Fashion fue considerado como emergencia medioambiental en 2018 por la ONU en el evento Fashion and the Sustainable Development Goals: What Role for the UN? celebrado en Génova ese año. Entonces durante la última década, esta industria se ha abocado a la sustentabilidad con la premisa de estar “preocupada por los efectos negativos de sus prácticas” 

  Tratando de seguir la lógica y metodología del Fast Fashion, las empresas han querido volverse más “ecológicas”, “sustentables” o “verdes” creando prendas a partir de materiales textiles de tipo vegetal o vegano como el eco cuero. Surge en esta lógica una falla: estos materiales son menos accesibles, ya que estos insumos no son baratos debido a que son de mayor calidad y de confección más minuciosa. Por lo tanto, el valor de la prenda aumenta y se vuelve difícil el alcance para todo el público, haciendo que solo cierto sector pueda acceder. En latinoamérica, según el Washington Post, el salario mínimo es de 300 dólares lo cual se vuelve una realidad “ilusoria” la adquisición de estas prendas ya que las mismas rebasan esa cifra o cuestan la mitad. Afirman que se puede volver hasta humillante para los que desean comprar, el no poder acceder a estas prendas. Una vez más es una locura pensar que en Argentina, el salario mínimo es de 234.315 pesos y que un jean cueste mínimo 30 mil y 50 mil dependiendo la marca. ¿Cuántos años puede durar ese jean o esa remera? o mejor dicho, por cuánto tiempo el consumidor va a desear usarla si es que las tendencias van cambiando constantemente?. En cuanto a esto, el International Fabric Institute Fair, indica que la vida útil de un par de jeans es de 2 a 3 años. Asimismo, Vogue España dice que el armario promedio debe constar de aproximadamente 74 prendas donde se contengan 20 outfits que resulten versátiles para todas las ocasiones posibles. Así pues, Hot or Cool afirma que una persona no debería de comprar más de 5 prendas al año teniendo en cuenta cumplir con los objetivos fijados por el Acuerdo de París para limitar el calentamiento global a 1,5ºC. Igualmente, esto es de persona aesthetic? Probablemente las personas que así se perciban o que deseen serlo, les resultaría irracional pensar en adquirir tan solo 5 prendas al año.

  La industria de la moda contribuye al 4% total a nivel mundial de emisión de gases de efecto invernadero y tan solo en 2018, hubo 2.310 millones de toneladas de emisiones de estos gases producidas a nivel mundial debido a esta industria.

Ravasio dice que esta industria no solo tiene una gran dependencia de la disponibilidad del agua dentro de sus insumos, sino que también sus prácticas son desarrolladas a partir de patrones que resultan poco sustentables como por ejemplo la utilización de pesticidas durante la obtención de fibras, la descarga de agua de forma irresponsable, y a menor escala, las necesidades de lavado que puedan tener las prendas de vestir una vez adquiridas por el consumidor. Se aproxima que se necesitan 10.000 litros de agua para producir un kilo de algodón, que es el equivalente al consumo de un humano durante diez años.

Otra desventaja para sumar a la sobreproducción es el mínimo reciclaje de la industria respecto a las prendas que producen. En México, según datos del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), tan sólo el 5% de la ropa se recicla y a nivel mundial menos del 1% de la materia prima como algodón, plástico u otros insumos son reciclados. Aun así, según Coscieme “cuando compras una prenda usada, su impacto en relación con el consumo sigue siendo igual; sigue contando como una prenda que tienes que lavar y desechar en algún momento”.

   ¿Cómo negociar entonces entre el cuidado del ambiente, la garantización de mejores condiciones laborales y no sentirse aparte socialmente por no tener tal o cual prenda de x marca que me vuelven aesthetic? Considero que a lo mejor, es tiempo de pensar nuevas formas de consumir. El único obstáculo es entablar un puente donde se pueda pensar nuevas formas de producción, es decir, negociar con el sistema capitalista. Resulta difícil concebir esta idea en nuestro imaginario ya que resulta casi inverosímil cambiar las prácticas de consumo y producción. Pero entonces, existe algún tipo de alternativa a este modelo? sí, y es el Slow Fashion.

  El Slow Fashion, también conocido como “moda sostenible” o “circular”. Aparece como la antítesis al Fast Fashion y se trata de un modelo de producción de prendas que tiene el fin de cuidar los procesos productivos en cada aspecto, sobre todo a nivel medioambiental. Su objetivo principal es dejar de ver a las prendas de forma lineal, es decir, de un fin único Procura ser más amigable no solo con el ambiente sino promover la consumición de prendas sólo cuando es necesaria y además producir prendas de calidad y duraderas.

  Para finalizar y en definitiva, propongo repasar todos estos números, las cifras y ponerle caras, pensar esas caras como personas con historias y que sirva de puntapié para concebir la urgencia de cambiar la forma de consumo y producción en el ámbito de la moda. Hacer consumos conscientes que contemplen el impacto ambiental y que no dañen las sensibilidades o el sentido de pertenencia de las personas por no poder acceder a determinadas marcas y/o prendas. Considero fundamental que colectivamente se le pueda hacer frente al sistema y a su vez, pensar conjuntamente alternativas para no vivir en una búsqueda constante, confusa e inalcanzable de ser aesthetic.

(1)  Estudio de la medición del cuerpo humano en términos de las dimensiones del hueso, músculo, y adiposo (grasa) del tejido.

 

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